Siempre en sintonía con las coyunturas
históricas el Festival de este año ha seleccionado, entre
1700 películas, 25 largometrajes que abordan los
desequilibrios del nuevo orden mundial, las guerras, y las
consecuencias de la violencia y la intolerancia en la
estructura familiar. Ello de la mano de directores
consagrados y noveles. Jean-Luc Godard, Eric Rohmer, Pedro
Almodóvar, Ousmane Sembene, Mike Leigh, entre otros, han
traido a Nueva York sus producciones más recientes, junto
con películas de nuevas promesas provenientes de muy
variadas geografías.
En este sentido destacan dos
producciones argentinas: La niña sagrada de Lucrecia
Martel y Familia rodante de Pablo Trapero. Ambas
abordando el microcosmos de los dramas familiares. En el
caso de Martel, para subvertir las relaciones de pareja,
desde la perspectiva de una adolescente puesta a seducir a
un doctor que intentó aprovecharse de ella, con lo cual la
relación de poder se altera quedando del lado de la joven. Y
en el film de Trapero, para diseccionar las pequeñas
miserias de cuatro generaciones de una familia, en ruta de
Buenos Aires a Misiones para asistir a una boda,
compartiendo una pequeña "casa rodante".
Con un ágil trabajo de
cámara estas películas logran incluir activamente al
espectador en la intimidad de los personajes, llevando el
espacio cinemático hacia una profunda experiencia emocional
y táctil del tejido social argentino.
Otra película de un director novel que muestra,
desde la piel, el lenguaje sentimental ha sido Tropical
Malady del tailandés Apichatpong Weerasethakul.
Combinando las leyendas populares y el deseo homoerótico en
el marco de la jungla tailandesa, el director señala las
contradicciones sociales y la inestabilidad política del
país, mediante la historia de amor entre dos jóvenes -uno
soldado, el otro campesino- inmersos en un mundo donde las
fronteras entre realidad y mito se borran, a favor del
sincretismo entre lo corporal y lo espiritual, lo nocturno y
lo diurno, lo animal y lo humano, puntuado por una
cinematografía de gran belleza plástica que unifica ambos
mundo a través de la memoria.
Igualmente, en In the Battlefields la
joven cineasta Danielle Arbid recurre a la memoria personal
para relatar las peleas internas en una familia libanesa
durante la guerra. Evocando la violencia de Beirut en los
años ochenta, Arbid se devuelve al mundo familiar desde la
perspectiva de una niña cuyo padre los ha llevado a la ruina
dada su obsesión por el juego. La desintegración de la
familia espejea la del país; si bien la mirada cinemática
extrae del caos el asombro, la inocencia y el deseo de vivir
de los jóvenes, evadiéndose del entorno mediante el rock y
los ritos eróticos. Las panorámicas del paisaje natural se
contraponen con las vistas de la ciudad en ruinas, y los
primeros planos de personajes en pugna consigo mismos y los
otros, al interior de espacios opresivos, dada la carga
negativa existente en las relaciones entre estos parientes.
Or (My Tresure), primera película de
Karen Yedaya, traslada la acción familiar a Tel- Aviv, para
darnos una visión muy personal de la idiosincrasia de la
región, mediante la historia de una prostituta y su hija en
lucha cotidiana por la sobrevivencia. Filmada
fundamentalmente en primeros planos al interior del
apartamento que madre e hija comparten, y en planos
generales nocturnos por las calles de la ciudad donde la
madre es abusada y vejada por sus clientes, Or nos
acerca afectiva y efectivamente a la dinámica social
imperante.
El feminismo y el compromiso político de Yedaya
nos muestran a la mujer como víctima y territorio ocupado,
en un entorno machista y militarizado. Tal cual ella misma
apuntaba en la rueda de prensa: "una sociedad signada por el
militarismo no deja espacio para los valores 'femeninos'. En
tal sentido la mujer israelí es vista como una recompensa
para el hombre que regresa del campo de batalla".
En la misma línea de pensamiento destaca
Mooladé del veterano cineasta senegalés Ousmane Sembene,
sobre las consecuencias físicas y psicológicas de la
mutilación genital en la mujer. La acción se desarrolla en
una pequeña aldea africana, donde cuatro niñas escapan de la
"purificación" y se refugian en la casa de una mujer quien
protegió a su propia hija contra ese rito. El enfrentamiento
de la protagonista con algunas tradicionalistas, pero en
especial con el estamento masculino, demuestran que esta
práctica no es sino otra trampa del hombre para someterla a
ella a sus designios.
El film, sin embargo, no es ni documental ni
panfletario: el poder de Sembene para crear un vibrante y
colorido tejido de la vida en la aldea expande la diégesis
hacia lo emblemático y metafórico. Una banda sonora rica en
ritmos autóctonos, y una cinematografía puesta a resaltar la
fecundidad artística y natural del área, enmarcan este
controversial tema, al tiempo que le permiten al director
reflexionar acerca de las divisiones sociales y culturales
dentro del continente.
La fractura de los valores tradicionales en otro
continente, el continente asiático, ante la reciente
apertura económica de China es objeto de una aguda
exploración por parte del joven director Jia Zhangke en
The World; una película que confronta a la nueva
sociedad con las limitaciones de un sistema paternalista y
represivo. Filmada casi enteramente en una realidad virtual,
constituida por la reproducción del mundo exterior, al
interior de un parque de atracciones construido en las
afueras de Beijing, The World nos muestra un
fragmento de las vidas de quienes allí trabajan: bailarinas,
vestuaristas, guardias de seguridad, obreros viviendo sus
pequeños y grandes dramas entre réplicas del Taj Mahal, la
torre Eiffel, el Big Ben, las pirámides egipcias y los
rascacielos de Manhattan.
La simulación
arquitectónica enmarca una cotidianeidad donde todo es
apariencia. Apariencia de estabilidad, prosperidad, pero en
especial libertad para decididir la dirección de sus propias
vidas. La atención casi etnográfica que el director pone en
detallar los altibajos sentimentales, y una iluminación que
confiere textura y densidad aún a los espacios más anodinos,
profundizan en las claves de la representación. Sólo al
abandonar la cámara esa ficción y enfocar la degradación del
mundo exterior, las lealtades, infidelidades, alegría y
tragedias de los protagonistas encontrararán su auténtico
lugar en la China del nuevo milenio.
Una meditación similar pero en el Japón
contemporáneo encuentra con Café Lumiere de
Hou-Hsiao-Hsien su expresión más certera. La incomunicación
entre padres e hijos, y la brecha que la modernización ha
abierto entre ambas generaciones son el asunto de un film
donde los personajes actúan su cotidianeidad sin expresar
sus emociones. Esto enfatizado por el uso del plano fijo en
las escenas interiores, y los planos encadenados de
elementos urbanos (trenes en movimiento, transeúntes yendo
de un punto a otro, equipajes circulando por estaciones
llenas de actividad) en las escenas exteriores, como
alegoría del desplazamiento continuo que va alejándolos cada
vez más de sí.
Las consecuencias en el tiempo de este estado de
exilio afectivo es justamente lo que centra Saraband
de Ingmar Bergman concebido, en sus palabras, "como un
epílogo a Scenes from a Marriage (1973)". De hecho
son idénticos personajes, interpretados por los mismos
actores -Liv Ullman y Erland Josephson- quienes mueven la
acción al reencontrarse, treinta años después de su ruptura,
para reabrir las heridas que causaron su mutuo extrañamiento.
La estructura teatral se presta a la creación de atmósferas
que van enrareciéndose con intercambios donde la violencia
verbal, las recriminaciones y las humillaciones puntean la
diégesis del film. Ello con una cinematografía sumamente
estilizada y una banda sonora (Bruckner, Bach) que invita a
la contemplación.
En ésta su “película final” -al decir del propio
Bergman- podemos decir que los caracteres, y probablemente
el gran director, han alcanzado ese punto en la vida cuando
se cae en cuenta de que el idealismo y la lucha por salvar
el mundo, o aún a un sólo individuo, eran completamente
irrelevantes.
Un ejercicio en futilidad, pero necesario, es
quizás el denominador común de dos películas donde la guerra
oscurece las ideologías y las relaciones: Notre musique
de Jean-Luc Godard y Triple Agent de Eric Rohmer. El
film de Godard tiene a Sarajevo como marco, y se constituye
en una meditación sobre la incapacidad de la violencia para
alterar la naturaleza humana. Intertextos a ensayos de
Levinas, o el propio Juan Goytisolo leyendo ante la cámara
un texto de condena lo irracional del acto caen, no
obstante, en el vacío y se pierden ante la magnitud del
horror. Lo cual no significa que tales gestos deban dejar de
realizarse, en un momento histórico cuando el incremento de
los totalitarismos, la intolerancia y los fanatismos
desestabilizan el mundo y atentan contra las libertades
individuales.
Por su parte Triple Agent se devuelve al
año 1936, la era del Frente Popular, la Guerra Civil
española y el aumento de los totalitarismos en Europa y
Asia, tejiendo un paralelismo con la coyuntura política
actual, mediante los episodios de intrigas, espionaje y
traiciones llevados a cabo por un general de la rusia
zarista exilado en Francia. Fragmentos de documentales de la
época se integran a la dinámica del relato fílmico para
enfatizar aún más el encadenamiento de eventos que llevaron
a la Segunda Guerra Mundial. La capacidad de Rohmer para
trazar el perfil psicológico de sus personajes nos permite
seguir aún más de cerca el desarrollo de lo acontecimientos
hasta el estallido final.
El drama por romper en mil pedazas la armonía
familiar de un hogar trabajador en la inmediata posguerra
londinense es el tema que Mike Leigh desarrolla con Vera
Drake, premio en Venecia a la mejor película y a Imelda
Staunton a la mejor actriz. Un excelente trabajo actoral de
Stauton como la madre modelo que, sin su familia saberlo,
realiza abortos clandestinos hasta ser descubierta y
encarcelada, sostiene con gran fuerza el film, apoyado por
un elenco estelar y una cuidada cinematografía. Una
meticulosa atención al detalle, y la capacidad de Leigh para
recrear la atmósfera del período, hacen de ésta su mejor
película desde Naked (1993), y al igual que en ella
destaca su maestría para mostrar el mundo como una herida
abierta.
La realidad sin aditivos es ciertamente la
propuesta de The 10th District Court: Moments of Trial
de Raymond Depardon. Aquí el cineasta nos introduce en un
juzgado parisino como espectadores del juicio a inmigrantes
ilegales, carteristas, conductores en estado de ebriedad,
culpables de violencia doméstica, para acercarnos al
funcionamiento del sistema legal francés. La cámara en plano
fijo documenta los cargos, defensas, veredictos, sentencias,
a la vez que nos enfrenta al complejo universo del
comportamiento humano. Esto con el objeto de valorar el sin
fin de interpretaciones de la ley en un momento cuando el
mundo se halla dominado por dos sistemas de valores
igualmente intransigentes: uno materialista, técnico y
pragmático; el otro espiritual y fundamentalista. Ambos sin
espacio para negociar sus diferencias con aquellos que no
comulguen ciegamente con sus creencias.
Otra ley, no menos importante, como es la del
deseo en su vertiente pedofílica y homoerótica es el asunto
de La mala educación de Pedro Almodóvar.
Devolviéndose a los usos del kitsch y el camp, que tan
fértiles se habían mostrado en la primera etapa de su
filmografía, el director aborda el tema del abuso sexual en
los colegios religiosos, y el triángulo entre dos hermanos
-Juan e Ignacio- y Enrique Goded: alter ego de Pablo
Quintero en La ley del deseo (1987), y por ende del
propio Almodóvar.
Con un dominio técnico y unos recursos de
producción entonces inexistentes, el cineasta profundiza
efectivamente en estos temas, permitiéndonos
voyeurísticamente comulgar en el complejo entramado afectivo
de sus personajes; al tiempo que recrea la España del
franquismo, la transición y la explosión socialdemócrata.
Intertextos al cine español y de Hollywood se integran de
forma abierta y velada a la diégesis, haciendo todo ello de
La mala educación el film quizás más personal de
Almodóvar desde La ley.
Tal cual el director
comentaba en la rueda de prensa durante el Festival: "Tenía
que sacarme La mala educación del sistema antes que
se convirtiera en una obsesión. Había trabajado
repetidamente en el guión por más de diez años y habría
podido seguir en ello por otros diez, dada la amplia gama de
registros que la historia sugería". Una historia que como la
Historia ha quedado registrada en la filmografía a la que
este Festival neoyorkino nos ha acercado contundentemente
una vez más.

Triple Agent |

Tropical Malady |

Notre Musique |

In the Battlefields |

Or (My Treasure) |

The 10Th District Court |

La mala educación |

La niña sagrada |

Familia rodante |

The World |

Mooladé |

Saraband |

Cafe Lumiere |
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